Cada hilo tiene alma: tejido, paisaje y memoria en los Andes
En abril de 2025 viajé a Calca, un pequeño pueblo en el altiplano peruano, con la excusa perfecta de aprender una nueva técnica textil: el telar de cintura. Durante diez días, fui parte de una residencia organizada por Santiago Arte Textil, que nos llevó —a Poli y a mí— al corazón de los Andes, donde el tiempo corre distinto y cada gesto parece estar profundamente conectado con el entorno.
El lugar que nos recibió fue Apulaya, un proyecto familiar que entrelaza arte, cosmovisión andina y preservación cultural. Allí, Apolonia Coronel, nuestra maestra (y tejedora de toda la vida), nos enseñó la técnica con una paciencia silenciosa y firme. Su hijo Valerio, musicólogo y guardián de saberes, nos abrió las puertas de la filosofía andina, compartiendo teorías, sonidos de quena y archivo documental. Y Emérita, su compañera, nos alimentó el cuerpo y el espíritu con sus risas y energía expansiva.
Más que un aprendizaje técnico fue una inmersión en una forma de ver y estar en el mundo

El telar de cintura y el cuerpo como territorio
El telar de cintura —también conocido como telar de dos barras— es una herramienta ancestral, portátil y profundamente corporal. Se sujeta al cuerpo de la tejedora mediante una banda que va a la cintura y se ancla al otro extremo de un poste o a un árbol. El cuerpo es parte del telar. Sin él, no hay tensión, no hay trama. No se puede tejer sin estar presente. Es un baile de tensiones.
Lo más fascinante es que esta técnica no es solo un método de confección: es una filosofía tejida en hilos, un sistema visual que organiza el pensamiento, el paisaje y la memoria colectiva. En los Andes, el textil no es un objeto muerto, es un ser animado, una extensión del territorio y de las relaciones que habitan en él.

Cosmovisión andina: animismo, dualidad y relacionalidad
La montaña no solo se ve: se escucha. Tiene nombre y tiene alma. Se llama Apu cuando se habla de su espíritu, y Orqo cuando se nombra su forma física. En esta cosmovisión, no hay separación entre naturaleza y cultura, ni entre lo humano y lo no humano. Todo lo que existe está animado. Todo se vincula.
Tejer es, entonces, un acto relacional. Los tejedores son kamaq: quienes animan. Cuando tejes, estás dando vida. Estás recogiendo hilos como se recogen frutos: con el mismo gesto corporal que se usa en el trabajo agrícola. El lenguaje textil y el lenguaje del cultivo se funden. Por eso en los tejidos encontramos formas que representan el maíz, las pampas, las montañas, los ciclos del día y la vida.

El orden del tejido responde a principios cosmológicos:
- Pampa: espacio monocromático, balanceado, que representa la tierra o el cielo nocturno.
- Listas: líneas delgadas verticales que surgen desde la pampa, como crías.
- Pallay: símbolos tejidos, cada uno con nombre propio, que narran el entorno, los vínculos y los acontecimientos.
- Pata pata: líneas horizontales, secuencia de alturas, como terrazas agrícolas.
Todo en el tejido es lenguaje. Todo es memoria visual.

Los textiles son sistemas complejos. No solo representan algo, sino que organizan la vida y la pertenencia. Cada comunidad tiene su combinación cromática, sus formas, su lógica. En algunos tejidos, los colores marcan momentos vitales: un pompón multicolor indica soltería; cuando se corta y queda solo el rojo, significa que esa persona se ha casado.
La simetría reflectiva es fundamental: los diseños suelen espejarse, no como mera repetición, sino como manifestación de la lógica dual que ordena el universo andino.
Izquierda (llaq’e): femenino - Derecha (paña): masculino
Arriba (hanan) / Centro (chaupi) / Abajo (urin/lurin)
Incluso el lenguaje refuerza esta visión: para hablar de una superficie alta, como la tabla de una mesa o la cima de una montaña, se dice pata. Para indicar pluralidad se repite: pata pata. Todo en pares, todo en diálogo.

En las culturas andinas no existen palabras que se traduzcan directamente como “arte” o “música”. Las categorías que usamos desde Occidente para nombrar lo sensible son ajenas —y muchas veces insuficientes— para comprender otras formas de creación.
Como plantea Denise Arnold, los textiles no son decorativos, son escrituras visuales. Una semasiografía: sistema donde los símbolos no representan sonidos, sino ideas, territorios, linajes, emociones, tiempos. Una prenda puede contar la historia de un viaje, una ofrenda o un nacimiento.
No se teje en la noche ni al aire libre. No se come mientras se teje. Si se interrumpe, se pasa una piedra para que el hilo “no se pierda”. Porque el textil no es cosa, es presencia. No es exterioridad, es cuerpo.
Este viaje me reconectó con el tejer, con el gesto lento, con el deseo de construir cosas que duren y que cuenten. Volver a la raíz. Y entendí que las respuestas no siempre están en los libros, sino en los silencios, en los bordes, en las palabras no traducidas.
Cada hilo tiene alma. Cada telar es un cosmos. Y cada prenda, si sabemos leerla, puede revelarnos algo de quiénes somos, de dónde venimos, y hacia dónde tejemos.
Preguntas Frecuentes
Algodón: Ligero y suave, como un viento tibio en la piel. Ideal para climas templados y para quienes prefieren texturas secas y livianas. Sus puntos se ven más abiertos por su caída pesada. Perfecto para el verano y climas suaves.
Lana de oveja común: Rústica y cálida, recuerda los inviernos del sur. Puede sentirse áspera al principio, pero es resistente y duradera, ideal para quienes buscan una fibra robusta y tradicional. Como un chaleco heredado que perdura en el tiempo.
Lana merino: Suave y fina, es una caricia que abriga sin rugosidad. Termorreguladora, acompaña sin sofocar, perfecta para pieles sensibles y prendas en contacto directo con la piel. Tiene una caída fluida y elegante, ideal para invierno con ligereza.
Alpaca: Liviana y lujosa, diez veces más cálida que la lana común. No pica ni pesa, con una textura envolvente y casi etérea. Perfecta para climas fríos y para quienes buscan abrigo sin volumen.
Acrílico hipoalergénico: Suave, liviano y fácil de cuidar. No provoca alergias ni encoge. Una opción segura para niñxs, pieles sensibles o quienes prefieren prendas prácticas sin perder calidez. Lo uso con criterio cuando el contexto lo requiere, pues la sensibilidad también es parte del diseño.
1. Llena un bowl con agua fría y añade un poco de jabón neutro.
2. Sumerge la prenda durante 10 minutos sin frotar.
3. Luego, vacía el agua y presiona suavemente (sin estrujar) para sacar el exceso.
4. Ponla sobre una toalla seca, enrolla para absorber el agua, y luego déjala secar extendida, sobre una superficie plana y a la sombra.
5. No la cuelgues. No le tengas miedo: si la cuidas bien, te acompañará por mucho tiempo.
Mis prendas no están pensadas en función del género, sino del movimiento, el abrigo, la libertad. Por eso he creado mi propia tabla de tallas, que no distingue entre “para mujeres” o “para hombres”.
Para elegir la tuya, solo necesitas medir el contorno más amplio de tu pecho y guiarte por esa medida. Si tienes dudas, puedes escribirme: me interesa que la prenda se sienta bien puesta, como una extensión de ti.